Iten es al atletismo lo que África al mundo: Kenia


Iten es al atletismo lo que África al mundo: su corazón. Al altiplano keniata, numerosos fondistas europeos acuden a comprobar in situ la receta para triunfar en un deporte en el que el sufrimiento es proporcional al éxito. Lejos de métodos sofisticados o grandes medios, apartados de tentaciones y consumismo suicida, subyace una raza cuya supremacía se basa en la exaltación de lo simple. El eco de las propias sensaciones como camino para salir de una miseria que los atrapa. No hay disculpas, llantos o quejas caprichosas, sólo hay trabajo. La supervivencia de sus familias está en juego.

"La experiencia ha sido una gozada", comenta Álvaro Rodríguez (Valladolid, 1987), el último mediofondista de élite español en visitar la cuna del atletismo, todavía asombrado por la cantidad y calidad de deportistas anónimos que se fajan en la zona del Valle del Rift. "En Iten se juntaban 300 tíos en las pistas. Muchos están desesperados, sin sustento".

"Se levantan a las seis de la mañana, corren en ayunas y duermen una siesta; vuelven a entrenar, comen y echan otra siesta". Dormir, comer y correr, la trilogía cíclica del día a día en Kenia; unos atletas que "no entienden de picos de forma" y que se ejercitan a más de 2.000 metros de altura.

Retando a Masai
Rodríguez recalca que en esas condiciones los esfuerzos se multiplican. "Fui con dos obstaculistas españoles: Víctor García y Marcos Peón; al principio tratábamos de seguir a los keniatas en los entrenamientos y lo acabamos pagando". Los primeros días, los jóvenes españoles no podían mantener el ritmo de las chicas en las sesiones. Poco a poco, se fueron adaptando al medio, pero con algún exceso de confianza anecdótico: "Rodábamos con un grupo al que comenzamos a tutear. A la media hora aceleraron y nos dejaron medio muertos. Entre ellos estaba el fondista Moses Masai, no lo habíamos reconocido".

"El atletismo es su vida. Es increíble la humildad que tienen", introduce este periodista de formación que escudriñó hasta los más mínimos detalles la aldea mágica. "La pista de tierra batida no era de 400 metros, tenía 405 de cuerda. La comida era muy repetitiva: arroz, tortas de maíz, ternera con verdura; afinan casi sin querer". Rodríguez ensalza los valores keniatas, desde su llegada hasta el momento de la despedida. "Al irnos les dimos nuestras zapatillas y lo tomaron como un regalo del cielo".

Un año clave
El pucelano, que regresó de Kenia hace apenas dos semanas, decidió que era un buen momento para ir allí tras consultar con su entrenador y sus médicos. "El año pasado tuve que someterme a una operación en un testículo y dije adiós a la temporada en la que más asequible estaba el 1.500". Ahora, afronta un año clave en el que quiere estar "lo más cerca posible de las medallas" en el Mundial de pista cubierta de Estambul y en el Europeo de Helsinki.

La puerta de los Juegos de Londres podría abrirse de par en par con una medalla continental. Y Álvaro Rodríguez lo constata: "Creo que puedo, lo he demostrado en algunas competiciones, estoy capacitado para estar con ellos". El vallisoletano es consciente de que le quedan años y años en la élite del 1.500 si las lesiones le respetan. Sin embargo, no quiere esperar mucho más. Se define como un atleta que sabe leer las carreras, con una buena colocación. Prefiere las finales con ritmo medio-alto para no abrir en demasía el abanico de posibilidades. Y en "una especialidad con enorme tradición y nivel en nuestro país" sueña con engrandecer todavía más su nombre. Las barreras están para romperse. Un inquilino de Iten lo sabe mejor que nadie.

Marca.com

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